El concepto de Patrimonio Biocultural emerge en el ámbito académico como una gran sinergia entre dos poderosos movimientos sociales globales contemporáneos: la reivindicación de los pueblos originarios o indígenas y el ambientalismo crítico.
El acompañamiento científico a los pueblos indígenas visibilizó en la agenda internacional a la diversidad cultural y lingüística como un potencial de la humanidad, y reconoció el estatus de alta vulnerabilidad en la que se encuentran la gran mayoría de los pueblos originarios.
Por otro lado, el ambientalismo crítico también hizo notar que las zonas de concentración de la biodiversidad, de endemismo o de procesos estratégicos ecosistémicos, frecuentemente eran los territorios de los pueblos originarios. De esta manera, se introdujo el valor de la Diversidad Biocultural (Maffi, 2001; Harmon, 2001).
En el proceso de reivindicación de los pueblos indígenas, entre una amplia gama de demandas, se ha hecho manifiesto que el arraigo al territorio ancestral es una de sus características medulares, ya que se reconocen como tramas vitales, vinculadas de manera colectiva a su biodiversidad y a su agrobiodiversidad, a sus manantiales, a sus ríos, a sus tierras, a sus mares, a sus cielos, a sus vientos, a sus sonidos y cantares, es decir, a su cosmos. Por ello, en la defensa de tales derechos colectivos y frente a la crisis ambiental global, el movimiento indígena se ha aliado con los sectores críticos ambientalistas.
Asimismo, los territorios indígenas han cobrado interés para la comunidad científica ambientalista crítica, quienes han encontrado una relación entre las zonas estratégicas de conservación ambiental y los territorios indígenas. Tales investigaciones han servido para identificar una alta correlación entre zonas de concentración de biodiversidad, las ‘ecorregiones’, y la presencia de grupos etnolingüísticos y culturales (Oviedo et al., 2000; Maffi, 2001).
El fenómeno ya había sido referido con el concepto de ‘conservación simbiótica’, que implica considerar que la diversidad biológica y la diversidad cultural son recíprocas y geográficamente coterráneas (Nietschmann, 1992, citado en Toledo y Barrera, 2008: 53). Se ha advertido que la presencia de estas comunidades es un factor determinante en la estabilidad y capacidad de resiliencia de dichas regiones (Berkes, Folke y Gadgil, 1995; Sarma et al., 2011; Gorenflo et al., 2012).
Recientemente, Gorenflo et al. (2012) han insistido en el fenómeno de la ‘coocurrencia’, que entraña la concentración de biodiversidad y endemismo biológico, con la diversidad y endemismo lingüístico, a escala global. Tal hecho vuelve patente la existencia de las tramas vitales de los complejos sociedad/naturaleza, en donde se entretejen la lengua, la cultura, los saberes y la biodiversidad. La tesis de la diversidad biocultural se está consolidando en el medio académico.
México, que forma parte de la región de Mesoamérica, se reconoce como un país mega diverso y multicultural, con 315 lenguas y variedades lingüísticas. En él se ha documentado la alta coincidencia que hay entre los territorios indígenas, las áreas naturales protegidas (Toledo, 2006) y los sitios Ramsar (Convención Internacional Ramsar para la conservación de los humedales prioritarios).
Las investigaciones afirman que cuando estos territorios se hallan bajo el manejo tradicional de algún grupo etnolingüístico, se advierten condiciones relativamente mejores de conservación ecosistémica. En México se han identificado 41 complejos raciales y miles de variedades de maíz, que presumiblemente provienen de la domesticación milenaria del maíz silvestre, el teocintle. En América Latina se han descrito cerca de 220 razas de maíz (Goodman y McK. Bird, 1977), de las cuales 64 se reportan para México (Sánchez et al., 2000).
En el contexto de la actual crisis ambiental, vista como una crisis de civilización, la pérdida de la biodiversidad está alcanzando niveles tales, que los especialistas ya hablan de la entrada inminente a la sexta extinción masiva de especies. La particularidad de esta extinción es el ser antropogénica, a diferencia de las cinco anteriores de la historia de la vida en la Tierra (Pievani, 2014). Por ello, se propone llamar a la presente era geológica el ‘Antropoceno’, con lo que se indica que el Homo sapiens se ha convertido en una fuerza evolutiva dominante (Zalasiewicz et al., 2011; Pievani, 2014).
Simultáneamente, los lingüistas están llamando la atención sobre la veloz y dramática extinción de las lenguas en el mundo, ya que se estima que, para finales del siglo xxi, de las 6,900 lenguas actuales habrán desaparecido entre un 50 y 90%. Estas lenguas en su mayoría son indígenas y endémicas, a la par que las poblaciones hablantes tienden a ser muy pequeñas, menores a 10,000 personas. Es decir, el patrimonio biocultural se encuentra en alto riesgo, que, desde la ecología política, este proceso se asocia al avance de la sociedad capitalista, industrial y urbana (Leff, 2006)
En este sentido, los servicios ambientales que prestan los territorios de los pueblos indígenas pueden tener relevancia para la seguridad nacional, en particular, la alimentaria, la hídrica y la climática. Por ejemplo, Boege (2008) señala que actualmente los territorios captan cerca del 25% del agua de México, y los considera como reservorios fitogenéticos del patrimonio biocultural del país. Narciso Barrera afirma que las regiones bioculturales pueden ser consideradas como “puntos fríos”, es decir, son zonas estratégicas de enfriamiento, ante el inminente calentamiento global.
Otros autores han prestado atención a los acervos de conocimientos ancestrales y endémicos para el manejo de los recursos naturales, pues constituyen sistemas complejos de ordenamiento ecológico territorial y valiosas fuentes de contribuciones éticas para la construcción de lo que ahora se denomina ‘sustentabilidad ambiental’ a través del ‘diálogo de saberes’ (Argueta, 2011; Luque y Robles, 2006).
Importa señalar que, en la valoración del estado de desarrollo de las comunidades indígenas, aun cuando presenta serios dilemas teórico-metodológicos, está muy documentado que es el sector social el que concentra los niveles más altos de grado de marginación y rezagos en materia de desarrollo, como la sobrevivencia infantil, esperanza de vida, educación, salud, el ingreso, vivienda, entre otros.
También representa un sector que concentra discriminación multidimensional, incluso en el tema de impartición de justicia. Sin embargo, la resistencia biocultural comunitaria, a través de gran variedad de prácticas productivas agroforestales, pecuarias, pesqueras, herbolarias, etcétera, es de gran vitalidad y siguen siendo los canales identitarios y ejes de organización política del México profundo. (Toledo y Ortiz Espejel, 2014; Luque, et. al. 2016)
El campo de estudio de lo biocultural aún se encuentra en un proceso de discusión conceptual importante, debido, principalmente, a las tradiciones disciplinarias, al posicionamiento ideológico y político de los sectores sociales en los que está surgiendo y a las especificidades regionales. Actualmente, Eckart Boege y Aida Castilleja están proponiendo al Patrimonio Biocultural como “lo nuestro” de las comunidades indígenas, como un acervo ancestral que les permite orientar un proyecto propio de vida comunitaria. Por ello, la defensa del territorio, del agua es fundamental, nos señalan Mindahi Bastida y Gerdaldine Patrick. Esto se considera el corazón de una movilización social que ha alcanzado argumentar a favor de los derechos humanos bioculturales, pero que su manifestación puede surgir, incluso en el ámbito urbano y privado.
Finalmente, el valor de lo biocultural reside en que genera “comunidad” pues nos remite a conectarnos con la memoria de la humanidad, que como especie hemos sido capaces de crear modos de relación sociedad-naturaleza, significativos, creativos y de regeneración mutua. Es decir, nos remite a reconocernos como parte de la trama de la vida de la Madre Tierra.